El año pasado, una tarde sin nada que hacer en Tokyo (no realmente, siempre se puede hacer algo), una amiga coreana me animó a ir a comer a un restaurante coreano. El restaurante está por unas callejuelas de Shinjuku y, si tuviera que volver, no tendría ni idea de cómo. La comida coreana, para el que no lo sepa, es muy picante, y aunque yo ya lo sabía, mi lengua estuvo en coma durante el resto del día. Es una pena que no mirara encima del restaurante hasta que salí, porque creo que este cerdo cocinero estaba avisandome que iba a comer fuego.
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